2015/03/31

EL DESENCANTO, de Roberto García Álvarez

Nunca te habrías acercado a una historia de masones si el autor del libro, co-jurado en el concurso de cuentos del concejo, no te hubiera entregado un ejemplar para que lo leyeras y (le) dijeras qué te parecía.

El paréntesis del primer párrafo es un guiño a un estilo muy peculiar de Roberto, que echa mano profusamente con efectos sorprendentes y contradictorios de esta muletilla: (des)hacer, (des)encantados, (des)información, intereses(ados), mal(in)formado, (con)formadora, (re)suenan, (a)cometer.

La obra se deja leer muy bien, no le faltan golpes de humor, y cuenta en paralelo la experiencia del autor como (des)masón, si se te permite también a ti el juego, y algunos apuntes sobre la historia de la masonería y sus fundamentos.

Siendo la finalidad de los masones las construcción personal del hombre (de ahí las herramientas a las que asociamos la organización) no son de extrañar las frecuentes alusiones a la filosofía y a la ontología, pero fustigando a conciencia la masopalabrería y la masoestética cuando las medallas y los mandilones se conviertes en fines en sí mismos.

Gracias al libro te acercaste a ese curioso mundo de los talleres, las capitaciones, los salarios (que son otra cosa), la plancha de quite, la posición al orden (la mano sobre el cuello y el antebrazo levantado), las tenidas,...

Finalmente, como en cualquier humana (des)organización, el desencanto burocrático, las peleas, el mísero dinero, los favores, las facciones, las críticas, las puñaladas,...conforman una imagen de la masonería muy similar en sus defectos a cualquier otra agrupación humana.

¿El dudante Buridán masón?

“Lo que se aprende en la primera fase del camino masónico no son tanto coreografías de pasos y palabras sino el valor de la observación penetrante que lleva a la duda y a la crítica. El verdadero valor del ciudadano masón es la duda, la capacidad de cuestionarse, con criterio, cuanto ve y oye”.

Te queda por saber de qué se hablaba en las reuniones, en qué consistía el camino de autoconstrucción, pero eso posiblemente forme parte del secreto masónico.

2015/03/29

EXCESO CON EXCESO SE PAGA

No puedes dejar de pensar en el copiloto y en su mundo mental. Tampoco puedes evitar la comparación ¿temes conocer a alguien así? Sí, pero tiene todos los sacramentos médico-psicológicos y ninguna responsabilidad puede recaer en la cadena natural de mando de la empresa de transporte. Allá otros estamentos médicos que trabajan con la jurídica presunción de inocencia o con la agobiante proximidad del aliento sindical en el cogote.

Por otra parte, gracias a los excesos aplicativos de la legislación de datos personales, a las empresas no les resulta posible saber si tienen un desequilibrado en la plantilla, por sensible que sea su puesto en el escalafón. Abundante jurisprudencia garantista proclama que el diagnóstico médico no incumbe a la empresa, solamente al paciente y a su médico de cabecera, si acaso a la inspección médica, pero más con fines de control de la regularidad médica que de la adecuación del operario a la función.

Un accidente excesivo por culpa de otros excesos.

2015/03/23

LA UVI MÓVIL

Lees que en aplicación de la doctrina de la pérdida de la oportunidad, condenaron a Sanidad, es decir, a todos los que pagan impuestos, por el desacierto de un médico que mandó una UVI normal y no una UVI móvil en el caso que la noticia detalla, de la que sabemos únicamente la versión de los vencedores.


Antes de opinar sobre materia tan sensible seguramente deberías documentarte como mínimo sobre los antecedentes del caso concreto, que desconoces; el número de ambulancias móviles disponibles en Asturias; los protocolos de actuación antes los ictus, etc..


Si fueras el médico que con su acción/omisión desencadenó el fatal desenlace vital y jurídico,  ‘de aquí p’arriba’ solicitarías UVI móvil ante la más mínima duda y eso que la condena no fue en la vía penal, sino en la contencioso-administrativa, seguramente insatisfactoria para la familia, que apela al juicio inexorable de la conciencia. 

2015/03/18

EL SIGLO DE LAS LUCES, de Alejo Carpentier

El siglo de las luces es el libro de las idas y las vueltas. Comienza con la relajada vida de varios jóvenes criollos en el Caribe, que como consecuencia de la Revolución Francesa y otras peripecias, pasan a Francia, pero retornan nuevamente al Caribe, para acabar sus días en el Madrid de mayo de 1808.
Es un libro de fácil lectura, pero como la acción se desarrolla en  ocasiones en travesías oceánicas da la impresión de sufrir los sufrir los embates y bandazos de la mar y de una vida no siempre meditada, sino movida a impulsos por unas Ideas (remarcadas muchas veces en sugestivas y enigmáticas mayúsculas) que llevan a fines y finales inesperados, como muchas revoluciones, en las que la Idea resulta arrollada por la Acción.
No hay personajes de una pieza. Quien comienza enfermo acaba robusto; el/la fiel, infiel; el revolucionario, aburguesado; el manso, terrible; el clarividente, aturdido; el íntegro, corrupto (“traficante de la roña”); el intransigente, tolerante y el tolerante intransigente; el liberal, liberticida, el soñador, fracasado; el objetivo, apasionado; el devoto, masón; el clarividente, ciego.
Un libro de constantes contrastes en el que los personajes se sumen en constantes contradicciones.
“Cuando se ha trabajado en hacer revoluciones es difícil volver a lo de antes”.
“Seguía el Comisario desempeñando su papel con implacable rigor, apurando a los tribunales, sin dar tregua a la guillotina, remachando retóricas de ayer, dictando, editando, legislando, juzgando, metido en todo, pero quien bien lo conocía se daba cuenta de que su excesiva actividad era movida por un recóndito deseo de aturdirse”.
 “No sé lo que pensarás de mí. Acaso que soy un monstruo. Pero hay épocas, recuérdalo, que no se hacen para los hombres tiernos”.
 “Nada resultaba tan anacrónico, tan increíblemente resquebrajado, fisurado, menguado por los acontecimientos, como El Contrato Social. Abrió el ejemplar, cuyas páginas estaban llenas de admirativas interjecciones, de glosas, de notas, trazadas de su mano –de su mano de antaño-.”
 “Esta vez la revolución ha fracasado. Acaso la próxima sea la buena. Pero, para agarrarme cuando estalle, tendrán que buscarme con linternas a mediodía. Cuidémonos de las palabras hermosas; de los Mundos Mejores creados por las palabras. No hay más Tierra Prometida que la que el hombre puede encontrar en sí mismo”.
 “Sofía lo besó, como cuando era niño, arropándolo en la hamaca: ‘Piense cada cual lo que quiera, y volvamos a ser los de antes’, dijo al salir. Esteban, al quedar solo, se dio cuenta de que eso era imposible. Hay épocas hechas para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus”.
“Varias veces Esteban había visto morir a un indio, a un negro: para ellos las cosas ocurrían de muy distinta manera. Se postraban sin protestas, como bestias malheridas, cada vez más ajenos a cuanto les rodeaba, cada vez más deseosos de que los dejaran tranquilos, como resignados de antemano a la derrota final. Jorge, en cambio, se crispaba, alegaba, gemía, incapaz de aceptar lo que ya se había tornado evidencia para los demás. Tal parecía que la civilización hubiese despojado al hombre de toda entereza ante la muerte, a pesar de cuantos argumentos hubiera forjado a través de los siglos para explicársela lúcidamente y admitirla con serenidad.”

2015/03/16

IGLESIAS Y ESTACIONES

Tendrá razón  y le faltará presupuesto al Consejero de Sanidad de Principado de Asturias cuando asegura que su misión no es conservar iglesias, sino dar servicios sanitarios.

La misma razón tendrán los gestores ferroviarios si les preguntan por las grietas de las estaciones que se caen de viejas: su misión no es conservar edificios sino transportar viajeros. 

Si ya no cobijan viajeros, si se fueron abandonando para que salieran ordenadamente pero sin pausa los ‘bichos’, si no hay interesados en ocuparlas porque tendrían que acometer las obras previas necesarias para su rehabilitación como vivienda, si se fueron construyendo nuevas instalaciones más funcionales para albergar el nuevo aparataje ferroviario, si aquello es del ente pero de ningún departamento específico, se acaban cayendo en caótica combinación de algarabía y lágrimas de cocodrilo.


Gestores ferroviarios y gestores sanitarios hermanados rezando (en iglesias que se caen) para que las ruinas caigan de una vez (pero no encima de ellos...de nosotros).



2015/03/13

LEÑA AL MONO HASTA QUE CANTE

La elección (o quizá designación) de quiénes han de formar parte de las listas electorales de una coalición o de un partido llamado a la oposición en una ciudad asturiana, aunque sea la más poblada, es una cuestión menor, pero no por eso dejas de prestarle atención.

Aurelio Martín es un veterano político de IU nada estridente, el político, no IU. No será chillón pero se revela como un contumaz martillo pilón que quiere hacernos creer que una eficaz argumentación es el método adecuado para cambiar la voluntad electoral, quizá siguiendo el modelo de las extenuantes peroratas de los Fideles, los Hugos o los Franciscos de los buenos tiempos.

Es el viejo truco, no exclusivo de la política, del que intenta convencer a un auditorio de que su idea o su programa son los mejores y si no ganan en las encuestas, y acto seguido en las urnas, se debe no a un mensaje intrínsecamente rechazable, sino a un fallo de transmisión. Demasiado visto.


Avanza poco a poco el sistema de primarias, pero si no triunfan los nuestros (los mejores, por supuesto) se debe a una deficiencia en la comunicación. Si no sale a la primera, más comunicación; si no sale a la segunda, se aumenta la dosis. Leña al mono hasta que cante.

2015/03/10

AGAZAPADOS


Al leer las machaconas informaciones/críticas que La Nueva España dedica a tu ferrocarril desde hace unos cuantos días, te ocurre algo parecido a lo descrito por Alejo Carpentier en El siglo de las Luces.

Cuando la Revolución le era presentada como un acontecimiento sublime, sin taras ni fallas, la Revolución se le hacía vulnerable y torcida. Pero ante un monárquico la hubiera defendido con los mismos argumentos que lo exasperaban cuando salían de boca de un Collot d’Herbois. Aborrecía la desaforada demagogia del Pére Duchesne, tanto como las monsergas apocalípticas de los emigrados. Se sentía cura frente a los anticuras; anticura frente a los curas; monárquico cuando le decían que todos los reyes — ¡un Jaime de Escocia, un Enrique IV, un Carlos de Suecia, dígame usted!—  habían sido unos degenerados; antimonárquico, cuando oía alabar a ciertos Borbones de España. «Soy un discutidor —admitía, recordando lo que Víctor le había dicho unos días antes—. Pero discutidor conmigo mismo, que es peor.»

Y no solo te ocurre a ti, por lo que oyes. ¿No salís a la palestra? te dicen gentes impulsivas de la primera línea del frente, es decir, de los trenes y los viajeros, la casuística y los problemas. ¿Por qué no contraatacáis a ese continuo goteo de informaciones sobre lo mal que lo hacemos por no fusionar de una vez por todas nuestro billetaje con el de FEVE?

¿Será tanta crítica el peaje silencioso que habrá que pagar en período preelectoral para arrancar unos millones al Estado, los millones del párrafo siguiente?


¿Tanto cuesta anunciar que los estudios comerciales están hechos, que el mapa unificador está diseñado, que se han cuantificado las consecuencias, pero que todo pasa por una muy importante inversión imprescindible para que los equipos fijos y portátiles de venta y control de billetes reconozcan los variados modelos existentes o bien para eliminar una remesa enorme de equipos todavía no amortizados en aras de la unificación?

2015/03/03

LA CONTRAVENTANA

Tenías nueve años. Era exactamente el 19 de mayo de 1943. Los días ya estaban crecidos. Por motivos que entonces no comprendiste, la noche anterior no dormiste en tu cama, sino en el barrio de Llanalapuente, en casa de unos vecinos, donde te agasajaron de modo no acostumbrado. Mientras merendabas, a través de la ventana viste la comitiva pasar por la carretera general puerto arriba. Apenas pudiste darte cuenta de que delante de la muchedumbre iba un féretro. Fue un visto y no visto porque la contraventana se cerró de inmediato.

El día anterior por la tarde bajaste de la escuela de La Romía (siempre te preguntaste por qué te mandaron a La Romía habiendo escuela en Fierros) con la carterina de los libros, las libretas,  la pizarra y el pizarrín…y la lechera. Crees que si te mandaban con la lechera era para que no perdieras tiempo por el camino y para tener las manos ocupadas.

Esa tarde no fuiste directo para casa porque te esperaban en el cruce del camino de Llanalapuente, te cogieron de la mano, se harían cargo de la lechera y te dijeron que ibas a merendar en otra mesa. Como la vigilancia no era permanente te escapaste de la provisionalísima casa de acogida y llegaste a la tuya, donde algo se mascaba porque allí estaban tu madre y unas tías, pero al momento el hospedero te recuperó.


Ese día un accidente ferroviario te dejó sin padre, y nunca, nunca te olvidaste de la contraventana cerrándose y quedando a oscuras la habitación.